La historia del graffiti nos demuestra que es un arte ilegal debido a que se gesta en propiedades privadas y sin el permiso del propietario, pero el verdadero graffitero no es un delincuente, ni se dedica a la venta de drogas, y más allá de los peligros a los que están expuestos cotidianamente continúan fieles a este arte y a la necesidad de expresar sus sentimientos.




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